domingo, 17 de enero de 2016

En busca del arca perdida de Barcelona



Un hallazgo arqueológico tras otro, una capilla olvidada durante décadas y una insólita talla embellecida con pan de oro que representa el arca de la Alianza y cuyo rastro se perdió hace cien años… La basílica de Sant Just y de Sant Pastor pide a gritos un Ildefonso Falcones que desentrañe los misterios de esta iglesia, una de las más antiguas e importantes de Barcelona, y los convierta en otro éxito de ventas. Materia prima novelesca e histórica no faltará.

Pocos rincones de Ciutat Vella atesoran tantos vestigios del pasado y tantas maravillas en tan pocos metros cuadrados. Una de las últimas sorpresas, por ahora, ha sido el hallazgo de una espectacular pieza de madera con inscripciones en hebreo, jeroglíficos y bajorrelieves de clara inspiración egipcia, entre otros exóticos ornamentos orientalistas.


“Representa un lateral del arca de la Alianza”, dice el rector de la parroquia, Armand Puig, más extasiado que Indiana Jones en la primera de sus aventuras. Profesor y ex decano de la Facultat de Teologia de Catalunya, mosén Puig es un reconocido biblista, experto en el Nuevo Testamento y, por encima de todo, un sabio.

Un erudito capaz de tararear con notable acierto estrofas en alemán de El Mesías de Händel o de traducir directamente del hebreo. “Yo soy el Señor, vuestro Dios, que os sacó de la tierra de Egipto”, dice mientras comienza a leer una de dos las leyendas de la talla. En la otra aparecen los Diez Mandamientos, también en hebreo, tal como se recogieron en el Libro del éxodo. La obra, con un grosor de 30 centímetros, mide casi 1,70 metros de alto y 2,89 de ancho; 3,17, si también se incluyen los extremos de la barra que cargaban a hombros los levitas, los hijos de Leví, miembros de una de las doce tribus de Israel y los encargados de transportar el arca en la travesía por el desierto.

Según la tradición cristiana, este cofre custodiaba las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí. El origen de esta arca perdida es, sin embargo, muchísimo más reciente. Los expertos, que aún no se han pronunciado, están intrigados con el hallazgo, pendiente de restauración. Podría tratarse de una pieza de la primera mitad del siglo XIX, que se pudo utilizar en representaciones religiosas del Corpus, junto a un baldaquín que también ha de restaurarse y que se recuperó al remodelar otras dependencias, anexas a la sacristía.

La talla y un sagrario aparecieron en la capilla del Sant Nom de Jesús, en un lateral de la segunda planta, con un gran balcón sobre la nave central que se tapió en 1923, por lo que ambas piezas tuvieron que subirse hasta allí antes con la ayuda de una cuerda y una polea: no cabían por ningún otro sitio. Las escaleras originales se destruyeron y la capilla se convirtió en un almacén donde durante años reinó el polvo y el olvido.

La basílica de los Sants Màrtirs Just i Pastor, su nombre oficial, se levanta sobre un templo romano, los restos de una catedral visigótica del siglo VI, una iglesia románica y la capilla gótica de Sant Celdoni. Se cree que en este lugar, muy próximo a la plaza Sant Jaume, se reunían los primeros cristianos de Barcino. También que podría ser un lugar de culto ininterrumpido desde al menos el siglo IV. Mucha historia, como se descubre con cada excavación o cada vez que se tira una pared o se rehabilita una zona y aparece una nueva sorpresa, ya sea en las alturas, como ha ocurrido ahora, o en el subsuelo, como pasó antes.

Júlia Beltrán, la arqueóloga de cabecera de sant Just y sant Pastor, opina que bajo la iglesia debe haber una impresionante red de canalizaciones de agua e infraestructuras hidráulicas de la época romana. El templo se halla dentro del antiguo recinto amurallado de la colonia fundada por el emperador Augusto, en una zona habitada desde la fundación de la ciudad. Este enclave era el segundo promontorio más elevado de la urbe. El primero, el Mons Taber, estaba en la cercana calle Paradís, junto a la sede del Centre Excursionista de Catalunya. Ello explica que las excavaciones realizadas a partir del 2013 en la iglesia hayan sido tan fructíferas.

Los arqueólogos han encontrado desde una losa del foro al podio de una escultura ecuestre romana, así como restos de cuando aquí hubo una catedral, en los tiempos de la Barchinona visigoda. De aquellos días son también los vestigios de una piscina bautismal y una confesión, un espacio subterráneo destinado al entierro de un personaje muy destacado, posiblemente sant Pacià, obispo de Barcelona, que nació hacia el año 310 y falleció 80 años después. Más reciente es el osario –el más grande de estas características hallado en la Península– con restos de 400 personas víctimas de la peste negra que diezmó la población de Europa en el siglo XIV. Los cuerpos, de hombres, mujeres y niños, aparecieron desnudos (sus ropas se quemaban para evitar la propagación de la epidemia), con sudarios de lino y apilados en once capas diferentes sobre las que se vertía cal viva. Se cree que todos ellos fallecieron en el intervalo de una semana.

Sobrecoge imaginar cuántas sorpresas alberga aún esta iglesia, donde se organizan visitas guiadas a las que merece la pena acudir por mil razones: la panorámica de 360 grados que se disfruta desde el campanario; los vitrales del ábside, de 1522, obra de Jaume Fontanet; el retablo de la Santa Creu, que Pere Nunyes (o Pedro Nunhes) pintó entre 1525 y 1530; la talla renacentista de la Moreneta, que presidía el retablo gótico de la nave central y que ahora se halla en la sacristía... Y del arte de la noche de los tiempos al del siglo XXI, como demuestran dos monumentales lienzos de Perico Pastor en la capilla del Santíssim.


Todo se ha podido hacer con la financiación del Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona, la Generalitat, La Caixa, el Arzobispado y el mecenazgo de la Fundació Vila Casas. De momento el grifo de las inversiones se ha cerrado. Antes de que eso ocurriera, se pudieron solucionar los problemas de grietas, humedades y goteras que registraba la cubierta de la basílica. Durante los trabajos se habilitó una nueva escalera de caracol, que nace junto a la sacristía y que permitió acceder al lateral de la segunda planta. Así se redescubrió una capilla durante muchos años olvidada.

No cuesta imaginar qué debieron pensar los operarios y arquitectos que invadieron esta cápsula del tiempo y se toparon con una reconstrucción sincrética tan bella del arca de la Alianza. Cuando sus compañeros les preguntaron desde el exterior qué veían, hubieran podido responder, como Howard Carter en la tumba de Tutankamón: “Cosas maravillosas”. Es casi un milagro que una madera tan enigmática, pero tan humilde (nada de ébano o caoba), haya resistido tan bien el agua, las termitas y los excrementos de los murciélagos y las palomas.

La estancia se ha rehabilitado y se ha instalado un ostensorio del siglo XVIII con una figura restaurada del niño Jesús, que podría pasar por un querubín, de relativo valor histórico, pero de bellísima factura. Se trata de un guiño al emplazamiento de esta capilla, sobre otra, la de la Mare de Déu de l’Esperança, a la izquierda de la entrada principal, que da la bienvenida a la basílica y es conocida y objeto de veneración entre las parejas que ansían ser padres. Les atrae la escultura de la virgen embarazada. El rostro serafítico de la talla de su hijo, una planta más arriba, no tiene nada que ver con el del Dios esculpido en el arca, flanqueado por las inscripciones en hebreo. De aspecto hierático y castigador, intimida tanto como el Pantocrátor de Sant Climent
de Taüll.

El arca sigue en la capilla, a la espera de que se decida dónde exponerla y de que se resuelva el misterio de su origen. Una posible pista puede estar en otro de sus dibujos, un caduceo: dos serpientes entrelazadas que representan a Hermes o Mercurio, el mensajero de los dioses del Olimpo, símbolo de la medicina y del comercio. El paseante atento puede encontrar una figura idéntica no muy lejos: en el balcón de hierro forjado del inmueble de la calle Ciutat, número 3, que hoy alberga unas dependencias municipales y que mandó construir un indiano
en 1838.

Las fechas concuerdan: el francés Champollion había descifrado apenas 16 años antes la piedra Rosetta, que un soldado de Napoleón halló en Egipto y que permitió traducir los jeroglíficos de los faraones. Una hipótesis plausible señala que este acaudalado vecino sucumbió a la pasión por Oriente que invadió Europa y encargó una reproducción del lateral del arca de la Alianza con el mismo caduceo de su balcón. Era una forma de sacar pecho ante sus coetáneos: “Aquí vive alguien que ha prosperado con los negocios”. Luego pudo donar la talla a esta basílica de Ciutat Vella, durante mucho tiempo conocida como la iglesia de los señores de Barcelona. Quizá lo hizo con la secreta ambición de pasar a la historia como un generoso mecenas. Sic transit gloria mundi. Así acaba la gloria mundana. No contó con que su espléndido regalo acabase en una capilla olvidada.



















Fuente:http://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20160117/301457017787/busca-arca-perdida-barcelona.html?utm_source=dlvr.it&utm_medium=gplus

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