Hace un milenio, un gigante vivió en una población judía empotrada en la al-Ándalus musulmana del sur de la península Ibérica. La rocambolesca historia de su hallazgo se remonta al 20 de octubre de 2006, cuando un vecino de Lucena (Córdoba) sacó a su perro a pasear. La zona sur del pueblo estaba removida por las obras para construir una nueva carretera de circunvalación. Después de corretear por el terreno, el perro regresó con algo extraño en la boca. Era un fémur humano.
Nervioso, el dueño de la mascota llamó a la Policía Municipal y, en medio del desconcierto, el fémur acabó también rodeado por agentes de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, presentes en el pueblo, de 43.000 habitantes. Daniel Botella, el arqueólogo municipal, recuerda que le llamaron aquella misma noche. Había más huesos desperdigados. “En un principio se pensó que eran fosas de la Guerra Civil”, recuerda. Pero, tras una buena inspección, se llegó a otra conclusión: aquello era un enorme cementerio judío con centenares de tumbas. Y en una de ellas se encontraban los restos de un gigante que murió a los 30 años y fue enterrado, desnudo y envuelto en un sudario, con la cara mirando a Jerusalén.
“La maquinaria pesada utilizada para construir la nueva carretera de Lucena se llevó parte de sus piernas por delante, así que no podemos confirmar su estatura”, reconoce el antropólogo Joan Viciano, que estudió sus restos cuando trabajaba en la Universidad de Granada. Sin embargo, los científicos hallaron una “mandíbula enorme” y otros huesos de gran tamaño que sugieren “un probable caso de gigantismo”, según los resultados de años de investigación que se acaban de publicar en la revista especializada Anthropologischer Anzeiger.
El presunto gigante vivió alrededor del año 1050, según dataciones con carbono 14 en puntos cercanos a su tumba. Era el ocaso del Califato de Córdoba. El pueblo de Lucena se llamaba entonces Eliossana (“Dios nos salve”, en hebreo) y vivía su máximo esplendor. Funcionaba como una ciudad judía independiente del poder islámico de Córdoba, Sevilla y Granada. “Los musulmanes y los cristianos tenían prohibida la entrada al interior de su recinto amurallado”, explica Botella, director del Museo Arqueológico y Etnológico de Lucena. Según Ibn Hawqal, un viajero musulmán del siglo X, Lucena era la ciudad en la que los judíos castraban a los esclavos para destinarlos a los palacios de los mandatarios musulmanes.
Aquel judío de 30 años debió de llamar la atención en un poblado en el que la estatura media era de 1,69 metros. La longitud de su mandíbula era de 10 centímetros, frente a los 7,5 de media del resto de esqueletos hallados en la necrópolis. El equipo de científicos que ha analizado sus restos compara el caso con el de Cornelius Magrath, un gigante irlandés que vivió entre 1736 y 1760. Era tan alto que, cuando murió, los alumnos del Trinity College de Dublín, la universidad más antigua de Irlanda, robaron su cadáver para estudiarlo. Se levantaba 2,17 metros sobre el suelo. Su mandíbula medía 11,3 centímetros.
La hipótesis de los científicos es que el grandullón de al-Ándalus padecía una enfermedad rara que hace que una glándula en la base del cerebro, la hipófisis, fabrique demasiada hormona del crecimiento. Si el problema aparece en un niño, se denomina gigantismo. En los adultos se conoce como acromegalia y en España se registran tres o cuatro casos anualmente por cada millón de habitantes. Los investigadores creen que la patología del gigante judío, posiblemente producida por un tumor en la hipófisis, comenzó alrededor de los 15 años.
El gigante se movió en un entorno piadoso y de estudio. “Cualquier judío que quisiera tener un buen currículo venía a estudiar a la Escuela Talmúdica de Lucena: astronomía, poesía, leyes, medicina”, señala Botella, que dirigió las excavaciones de la necrópolis. Aparecieron 346 tumbas, 196 de ellas con restos humanos. La Eliossana hebrea debió de alcanzar los 2.500 habitantes, calcula el arqueólogo.
Los judíos no destruyen los documentos en los que figura el nombre de su dios, sino que los almacenan hasta que se pudren en depósitos conocidos como genizas. En la sinagoga de Ben Ezra, en El Cairo, se encontró a finales del siglo XIX una geniza con documentos desde el siglo IX, incluidos varios procedentes de Lucena que iluminan la época en la que vivió el gigante andalusí. “Se hallaron formularios para divorcios, compraventa de mulas, préstamos hipotecarios, venta de viñedos”, narra Botella, que subraya que la ciudad acogió a “los judíos más relevantes” de al-Ándalus tras el Sitio de Córdoba en 1013 y la Masacre de Granada de 1066, una matanza de miles de sefardíes ejecutada por musulmanes.
Entre aquellos judíos relevantes destacaría el gigante, al menos físicamente. Los científicos le han bautizado TB-5, pero es imposible saber cuál fue su nombre real y a qué se dedicó. Sus restos, como los de los demás muertos, aparecieron sin ajuar funerario. Solo se encontró una lápida alrededor del gigante, perteneciente a otra tumba, que conserva una inscripción en hebreo, escrita con la torpeza de un niño al que se le acaba el papel y va encogiendo las letras: “Rabí Lactosus duerma en paz. Descanse en paz hasta que venga el Consolador que anuncia la paz en la puerta de la paz. Decidle: descanse en paz”.
Botella recuerda, además, que la comunidad judía bloqueó la investigación de la necrópolis. “El Parlamento israelí envió una queja diplomática al Gobierno español. Cuando [el entonces ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel] Moratinos fue a Naciones Unidas se encontró con una manifestación de judíos en contra de la excavación de la necrópolis de Lucena”, recuerda el arqueólogo, que negoció en persona las condiciones de la investigación científica de los restos con la Federación de Comunidades Judías de España.
Los huesos del gigante habían viajado en 2011 a la Universidad de Granada para ser sometidos a análisis radiográficos y microscópicos, pero tuvieron que ser devueltos inmediatamente a Lucena por las quejas de la comunidad hebrea. “Para ellos era profanar el descanso de los muertos”, rememora Botella. El 18 de diciembre de aquel año, todos los restos óseos fueron enterrados de nuevo en sus tumbas, en una ceremonia solemne presidida por el rabino mayor de España, Moshe Bendahan, y en presencia de más de 40 representantes de comunidades judías llegados de varios países de Europa. El gigante andalusí, según los creyentes en Yahveh, ya descansa en paz.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/03/26/ciencia/1427374084_380009.htm
Nervioso, el dueño de la mascota llamó a la Policía Municipal y, en medio del desconcierto, el fémur acabó también rodeado por agentes de la Guardia Civil y de la Policía Nacional, presentes en el pueblo, de 43.000 habitantes. Daniel Botella, el arqueólogo municipal, recuerda que le llamaron aquella misma noche. Había más huesos desperdigados. “En un principio se pensó que eran fosas de la Guerra Civil”, recuerda. Pero, tras una buena inspección, se llegó a otra conclusión: aquello era un enorme cementerio judío con centenares de tumbas. Y en una de ellas se encontraban los restos de un gigante que murió a los 30 años y fue enterrado, desnudo y envuelto en un sudario, con la cara mirando a Jerusalén.
“La maquinaria pesada utilizada para construir la nueva carretera de Lucena se llevó parte de sus piernas por delante, así que no podemos confirmar su estatura”, reconoce el antropólogo Joan Viciano, que estudió sus restos cuando trabajaba en la Universidad de Granada. Sin embargo, los científicos hallaron una “mandíbula enorme” y otros huesos de gran tamaño que sugieren “un probable caso de gigantismo”, según los resultados de años de investigación que se acaban de publicar en la revista especializada Anthropologischer Anzeiger.
El presunto gigante vivió alrededor del año 1050, según dataciones con carbono 14 en puntos cercanos a su tumba. Era el ocaso del Califato de Córdoba. El pueblo de Lucena se llamaba entonces Eliossana (“Dios nos salve”, en hebreo) y vivía su máximo esplendor. Funcionaba como una ciudad judía independiente del poder islámico de Córdoba, Sevilla y Granada. “Los musulmanes y los cristianos tenían prohibida la entrada al interior de su recinto amurallado”, explica Botella, director del Museo Arqueológico y Etnológico de Lucena. Según Ibn Hawqal, un viajero musulmán del siglo X, Lucena era la ciudad en la que los judíos castraban a los esclavos para destinarlos a los palacios de los mandatarios musulmanes.
Aquel judío de 30 años debió de llamar la atención en un poblado en el que la estatura media era de 1,69 metros. La longitud de su mandíbula era de 10 centímetros, frente a los 7,5 de media del resto de esqueletos hallados en la necrópolis. El equipo de científicos que ha analizado sus restos compara el caso con el de Cornelius Magrath, un gigante irlandés que vivió entre 1736 y 1760. Era tan alto que, cuando murió, los alumnos del Trinity College de Dublín, la universidad más antigua de Irlanda, robaron su cadáver para estudiarlo. Se levantaba 2,17 metros sobre el suelo. Su mandíbula medía 11,3 centímetros.
La hipótesis de los científicos es que el grandullón de al-Ándalus padecía una enfermedad rara que hace que una glándula en la base del cerebro, la hipófisis, fabrique demasiada hormona del crecimiento. Si el problema aparece en un niño, se denomina gigantismo. En los adultos se conoce como acromegalia y en España se registran tres o cuatro casos anualmente por cada millón de habitantes. Los investigadores creen que la patología del gigante judío, posiblemente producida por un tumor en la hipófisis, comenzó alrededor de los 15 años.
El gigante se movió en un entorno piadoso y de estudio. “Cualquier judío que quisiera tener un buen currículo venía a estudiar a la Escuela Talmúdica de Lucena: astronomía, poesía, leyes, medicina”, señala Botella, que dirigió las excavaciones de la necrópolis. Aparecieron 346 tumbas, 196 de ellas con restos humanos. La Eliossana hebrea debió de alcanzar los 2.500 habitantes, calcula el arqueólogo.
Los judíos no destruyen los documentos en los que figura el nombre de su dios, sino que los almacenan hasta que se pudren en depósitos conocidos como genizas. En la sinagoga de Ben Ezra, en El Cairo, se encontró a finales del siglo XIX una geniza con documentos desde el siglo IX, incluidos varios procedentes de Lucena que iluminan la época en la que vivió el gigante andalusí. “Se hallaron formularios para divorcios, compraventa de mulas, préstamos hipotecarios, venta de viñedos”, narra Botella, que subraya que la ciudad acogió a “los judíos más relevantes” de al-Ándalus tras el Sitio de Córdoba en 1013 y la Masacre de Granada de 1066, una matanza de miles de sefardíes ejecutada por musulmanes.
Entre aquellos judíos relevantes destacaría el gigante, al menos físicamente. Los científicos le han bautizado TB-5, pero es imposible saber cuál fue su nombre real y a qué se dedicó. Sus restos, como los de los demás muertos, aparecieron sin ajuar funerario. Solo se encontró una lápida alrededor del gigante, perteneciente a otra tumba, que conserva una inscripción en hebreo, escrita con la torpeza de un niño al que se le acaba el papel y va encogiendo las letras: “Rabí Lactosus duerma en paz. Descanse en paz hasta que venga el Consolador que anuncia la paz en la puerta de la paz. Decidle: descanse en paz”.
Botella recuerda, además, que la comunidad judía bloqueó la investigación de la necrópolis. “El Parlamento israelí envió una queja diplomática al Gobierno español. Cuando [el entonces ministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel] Moratinos fue a Naciones Unidas se encontró con una manifestación de judíos en contra de la excavación de la necrópolis de Lucena”, recuerda el arqueólogo, que negoció en persona las condiciones de la investigación científica de los restos con la Federación de Comunidades Judías de España.
Los huesos del gigante habían viajado en 2011 a la Universidad de Granada para ser sometidos a análisis radiográficos y microscópicos, pero tuvieron que ser devueltos inmediatamente a Lucena por las quejas de la comunidad hebrea. “Para ellos era profanar el descanso de los muertos”, rememora Botella. El 18 de diciembre de aquel año, todos los restos óseos fueron enterrados de nuevo en sus tumbas, en una ceremonia solemne presidida por el rabino mayor de España, Moshe Bendahan, y en presencia de más de 40 representantes de comunidades judías llegados de varios países de Europa. El gigante andalusí, según los creyentes en Yahveh, ya descansa en paz.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/03/26/ciencia/1427374084_380009.htm
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